Deliciosa oscuridad. Cuento breve

@DANDIBUJADOR 2019

DELICIOSA OSCURIDAD @DANDIBUJADOR 2019

Eran las dos del mediodía aunque por la luz que entraba en la habitación, pareciese madrugada. ¿Cómo puede ser? Se preguntaba la chica del pelo azul.

Desde el primer momento se asustó mucho, estaba tumbada en su esterilla, relajada y con los ojos cerrados.

Cuando dio por finalizada la sesión de relajación, poco a poco, abrió los ojos suavemente  y ¡zas! En la habitación estaba entrando una oscuridad fuera de lo normal. Se sobresaltó y fue a encender las luces, tampoco funcionaron. Miró por la ventana dándose entonces cuenta de que los alrededores también estaban a oscuras.

La terrible oscuridad, como si se tratase de un manto negro, terminó cubriendo su casa, lo envolvió todo. No podía tan siquiera ver los muebles que la rodeaban. Por un momento creyó que estaba soñando, pero después de tocarse los ojos y pellizcarse los mofletes, fue consciente de que estaba despierta y bien despierta. De que algo muy extraño estaba  ocurriendo, algo que no lograba entender.

Comenzó a palpar todo lo que la rodeaba: la mesa suave con el buda de madera encima, pudo oler las cenizas del incienso que encendía habitualmente antes de comenzar su clase. Sintió en sus pies la mullida esterilla, recogiéndola para no tropezarse. Continuó tocando los pocos muebles que tenía. Escuchaba cada pequeño paso que daba por la habitación, como si el mundo se hubiese paralizado y sólo ella lo ocupase. En ese momento y sorpresivamente, se dio cuenta de que salvo el latir de su corazón y los sonidos que ella misma hacía, no había mas ruidos a su alrededor, y esto la asustó aún más, casi paralizándola.

Como no podía ser de otra manera, su espíritu luchador no la dejó rendirse. Recordó que en su pequeña caja de herramientas,  había metido una linterna de minero, de esas que te pones en la cabeza.  Poquito a poco, pasito a paso fue hasta el mueble donde guardaba la pequeña caja. Sentía el frío del suelo en la planta de sus pies.

Abrió la puertecita donde estaba metida la caja y suavemente pero con fuerza la cogió entre sus manos. Fue sacándola hasta colocarla al lado de sus pies. Una vez apoyada, se dejó caer hasta sentarse al lado, sintiendo un escalofrío al tocar el fresco de las baldosas en sus nalgas. Abrió la caja y comenzó a buscar la linterna. ¡Ahis! Gritó. Se había pinchado en el pulgar de su mano con uno de los clavos que clamaban atención. Se chupó el dedo y sintió el espeso y nauseabundo sabor de la sangre. Pareciese que el corazón latía en su pequeño dedo. Este altercado hizo que fuese con más precaución, pues no sólo había clavos, también había un serrucho, tornillos, alicates y otras herramientas que podrían herirla.

La caja tenía un olor dulzón, nada típico de las clásicas cajas de herramientas, no es que ella fuese experta. Recordaba con ternura, que cuando era pequeñita, su padre tenía una gran caja de herramientas que olía a hierros y a madera. Diferencias interesantes, pensó. Su padre era fuerte como el hierro, ella era dulce como el azúcar. Quizá esa era la diferencia de olores entre las dos cajas. Sonrió y poco a poco fue sintiéndose más calmada mientras seguía palpando las diferentes herramientas.

Finalmente la encontró. Tocó la goma elástica que rodea la linternita de minero. Estaba pegajosa y el olor dulzón se hizo más intenso ¡que extraño! Se la llevo a la nariz para poder oler mejor y entonces se dio cuenta de que su linterna no era tal ¡era una onza de chocolate que se había  derretido!

En ese preciso instante el sol iluminó todo dejando a nuestra chica del pelo azul disfrutando de un derretido y dulce chocolate.

Pilar Ruiz Cajas, Sep. 2019

 

 

 

 

 


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